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sábado, 29 de marzo de 2008

Escila

En la mitología griega, Escila (en griego Σκύλλα) era una joven que fue transformada en una criatura marina de varias cabezas condenada a guardar un estrecho paso marítimo.

Esta figura mitológica aparece en las aventuras de Odiseo.

Se trata de un monstruo del mar con cabeza y cuerpo de mujer, aunque terminado éste en forma de pez. Sus padres fueron Hécate y Forcis, o bien Equidna y Tifón, si bien Homero señala a Crateis como su madre. De sus extremidades inferiores salían cabezas de perros, cuyos ladridos eran tan leves como los de un cachorro, pero no así su voracidad. Escila tenía doce pies para sostenerse. Poseía tres cabezas (o tal vez seis), todas ellas con tres hileras de puntiagudos colmillos. Isacio le asignaba igualmente seis cabezas, pero todas distintas: oruga, perro, león, górgona, ballena y hombre. Vivía junto a Caribdis, y fue transformada por los dioses, con el tiempo, en una roca, aún existente, que suponía graves peligros para los navegantes.

Escila no siempre había sido un monstruo sino que fue una hermosa doncella, plena de dulzura. Un día que jugaba alegremente en la playa, el dios marino Glauco la observó, sentada en una umbría caleta, lavándose los bellos pies en las cristalinas aguas. Después de haber admirado su belleza desde lejos, nadó hasta ella y le habló cortésmente para intentar conquistarla. Pero a Escila le causaba temor la gran cola de pez del dios, que no tenía piernas, y sentía aversión por su cabello lleno de cizañas. Quizás aborreciera, más que nada, su aire engreído; porque Glauco se había envanecido mucho desde que comió una hierba mágica que lo convirtió de simple pescador en dios.

Glauco, que no estaba dispuesto a tolerar tal desdén, acudió a la maga Circe para lograr el amor de Escila por artimañas de brujería. Sin embargo, Circe no estaba dispuesta a ayudar a Glauco, pues también estaba enamorada de él; y, aunque intentó convencerlo de que dedicase su amor a alguien más digno de él, se vio obligada, por las continuas presiones, a ayudarle a conseguir sus propósitos. Para ello le entregó una pócima, dándole una serie de instrucciones sobre su uso. Haciendo caso de Circe, Glauco vertió tal líquido en la caleta de mar donde Escila solía bañarse. Un día que ésta acudió alegremente a darse un chapuzón, observó de repente cómo una jauría de perros empezaba a atacarla.

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